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Entrañada identidad revelada

>> 22 abr 2010

- Abuela.
Silencio.
- ¡Abuela!

Nada, ni mu. Meneo la ouija (güija, para los cachondos de la RAE) y siento una brisa extraña que acaricia mi piel.
Me gusta este tablero. Está hecho a medida, adosado a una pequeña mesa que se ajusta perfectamente al espacio libre entre el váter y el lavabo. Para fabricarlo, Romualdo, el carpintero, vino a casa, me sentó en posición, midió, serró, lijó y ensambló. Es un tipo serio: tardó dos meses en hacer la entrega porque quería documentarse bien sobre los distintos tipos de tablas ouija y la materia prima adecuada para cada uso.
- Pero si lo voy a usar en el váter, Romualdo...
- Pero no es lo mismo si la habitación está orientada al norte que al sur, si lo vas a usar para convocar espíritus malignos o si va a ser para charlar con tu abuela Pura. Hay que hacer las cosas bien, no vayamos a tener un problemón kármico luego.
- Va a ser sobre todo para cotillear con mi abuela, Romu.
Y Romualdo se decidió por el pino carrasco. Sin tratar.

Ecce mulier, sentadita, a la espera. Sí, lo sé, el baño no es el mejor de los lugares para invocar a una venerable antepasada, pero las estreñidas tenemos que optimizar el tiempo, y aquí, entre estas cuatro estrechas paredes, con todo al alcance de mi mano, me siento segura, más conmigo misma que nunca. Hay algo verdaderamente espiritual en mi wc.

- ¡Abuela!
- ¿Queeeeeeé?
Odio esta manía que tiene de contestar alargando las vocales. Con el trabajito que cuesta menear el dedo y la copa para seguirla, ella se adorna con palabras extensas. La última vez le colgué cuando en vez de un simple 'sí' (le había preguntado si saldría de la castidad antes de mi muerte), ella me contestó con un 'afirmativo'.
- Abuela, hazme caso, esto es serio. Necesito saber por qué tenías unas bragas impermeables en el altillo.
- Me pillas fatal. Están echando ahora Amar en Tiempos Revueltos.
- Con que me digas Amar ya te entiendo, abuela.
Me contesta con un vientecillo helado que me congela las nalgas. Creo que no le ha gustado que le interrumpa el folletín.
- Abuela, ¿qué pasó? Puedes confiar en mí, no se lo contaré a nadie.
- Villanueva del Trabuco, 1920. El lechero llevaba muy mal su viudedad y yo era una buena vecina, samaritana, caritativa.
- Sáltate los adjetivos, abuela, que se me está esguinzando el dedo. Al grano.
- Leren, un respeto. No fue un grano, fueron ladillas. Tuve que ir a la casa de socorro a escondidas de tu abuelo. Allí me atendió un medicucho torpe y garrulo como él solo. Tenía dedos como longanizas, de gordos y negros que eran.
- No se llamaría por casualidad...
- Brocado, era el Dr. Brocado. Pero como era tan bestia, en el pueblo lo llamaban Dr. Abocados.
- Dios mío, no puede ser...
- Cuando se marchó a la capital, se cambió el nombre para evitar las burlas y se hizo llamar Dr. Broca. Como puso consulta de ginecólogo, te puedes imaginar el pitorreo.
- ¡Es su abuelo! ¡Es el abuelo de mi Dra. Broca! ¡Es una maldición familiar! ¡Nos persiguen!
- Cálmate, Leren. Esa saga aún ha de jugar un papel importante en nuestra vida.
- ¿A ti también te arrancaron los vellos púbicos a tiras, abueli?
- Sí.
Qué raro, esta vez no se extiende en la respuesta. La herida debió de ser terrible; las cicatrices no deben de haberse cerrado. Metafóricamente, claro, porque las muertas no tienen chichi.

De repente, advierto un silencio sobrenatural. Afuera ha callado el sonido del tráfico, la gente, el runrún de la vida urbana. Solo mis atormentadas tripas me confirman que no me he quedado sorda.
La voz de mi abuela -ouijada- me llega imponente desde el más allá.
- Leren, hoy vas a saber algo de ti que te ha estado atormentado durante años.
El dedo se me ha quedado rígido. No me atrevo a seguir. Hago acopio de valor y susurro:
- ¿Papi?
- Sí, Leren, hoy vas a conocer el misterio de tu nacimiento.
- Mamá nunca me lo quiso decir.
- Si es que no lo sabe ni ella. Salió a mí, ya ves, y claro, con tanta caridad, no está segura de si fue su marido, el Pencas;  si fue quizás Beni el cabrero (lo que explicaría ese peculiar olor tuyo); Lucas, el guardia civil bajito (lo que explicaría tu mala leche); o quizás don Pancracio, el cura.
- ¡No, el cura no! ¡No quiero ser hija de cura!
- Leren, no temas. Todo está bien.
El rollito sereno de mi abuela me pone aún más desatada.
- Abuela, dímelo tú. ¡No me hagas sufrir más!
- Leren, la verdad está en tu interior. Busca en ti. Busca en ti.
Y se va, con un apagado y encendido del plafón que en morse equivale a 'abur'.

Las palabras de mi abuela me han dejado descompuesta, pero de una manera que no es la que necesito ahora. Resignada, alargo la mano hacia el armarito de aluminio y saco un micralax. He de prepararme para mi visita final a la Dra. Broca.


Entro en la consulta de la peligrosa ginecóloga dominando el estrés postraumático.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes, señora Mendi.
- Vaya, otra vez pasamos al tratamiento. Dígame, Dra. Loca, uis, perdón, Broca. A saber en qué estaba yo pensando.
- No la culpo. Aquello fue un desagradable incidente. En mis dilatados años de...
- No me hable de dilatación, doctora, se lo ruego.
- Sí, disculpe. Esto... ¿cómo está su pubis? Quisiera echarle un vistazo, a ver cómo está evolucionando.
- Acérquese y la denuncio.
- Señora Mendi, por dios, no se me ponga así.
- Deme el informe y dejémonos de monsergas, Broca.
- Pues no sé cómo comunicarle nuestros hallazgos...
Su tono me deja fría. Los riñones se me hacen de hierro. El tiempo se detiene.
- ¿Qué ocurre? ¿Qué han encontrado?
- Algunas mujeres presentan malformaciones uterinas congénitas que...
- ¿Yoooo? ¿Malformada?
- Bueno, no se lo tome así. El caso es que existe una malformación congénita, más o menos habitual, y que suele pasar indetectada en muchos casos, denominada útero bicorne.
- ¿Bicorne, útero bicorne? ¿Eso es cachondeíto o qué? ¿Es que no se ha divertido usted ya bastante conmigo, Dra. Broca?
- Nada más lejos de mi intención, doña Lerendi, créame. Ese es su nombre. El útero bicorne es un útero con dos cuernos y forma de corazón.
- Ah, visto así, hasta suena mono...
- Así es, señora Lerendi- sonríe aliviada la inocente ginecóloga, que es igual de hábil pillando ironías que explorando vaginas ajenas.
- Ya, ¿y yo tengo eso?
Carraspea. Se pone tensa. Me pone tensa.
- No exactamente. Digamos que su caso se sale de lo común. De hecho, yo no había visto nada igual en mi vida.
Menos mal que esta vez no habla de dilatada experiencia.
- Suéltelo ya. ¿Qué tengo?
- Sra. Mendi, no sé cómo decírselo. Tiene usted un útero tricorne.

La revelación me deja sin palabras.
Cuarenta y pico años después, tengo padre.
Todo por el potorro.

6 comentarios:

Anónimo,  abril 23, 2010  

Uf! Leren guapa, que forma de complicarse la vida, y todo por hurgar en los adentros nunca mejor dicho jajajajaja del pasado.
Una de esas historias que pone los pelillos de punta casi, con tanto misterio genético.
De todas formas si te sirve de consuelo y alivio, pero no instestinal,haz eso de "pelillos a la mar" y que corra el deseo por tu cuerpo convertido en bella amazona dispuesta hacerte olvidar tus males.
Un beso, lo siento casto no puedo, no va con mi ser, pero bueno diré sensual, para que no te tengas que hacer más tilas jajajaja.
Eva

Leren abril 23, 2010  

¿"Bella amazona"? ¿Quién, yo? Creo que me confundes con otra, pero qué maravilla pensar que aunque sea en el mundo de la fantasía, puedo decir "pelillos a la mar" y.. y... En fin. Maldita genética picoleta, qué atada me tiene. Si no fuera por estos ciberbesos, no sé qué sería de mí.
¿Sensual, dices, Eva? ¡Ay, torturadora!
Un beso,
Leren

(Ok, dejo la tila, pero me voy a la ducha...)

Anónimo,  abril 23, 2010  

Estimada Sra. Leren,
tras sesudas consideraciones conmigo mismo me veo en la triste obligación de prevenirle de lo que es, a mi juicio, una apresurada conclusión. Usted ha asumido rápidamente que su padre pudiera pertenecer al cuerpo (de la Guardia Civil, claro) pero obvia que tres es, como su útero, la Santísima Trinidad, lo que nos llevaría a la terrible conclusión de que su progenitor pertenecería al clero.
Quedo a sus pies. Reciba mi más distinguida consideración.

El abate enmascarado.

Leren abril 23, 2010  

Estimado abate enmascarado:
Me deja sin palabras, y no es la menor de las razones el que en esta casa haya entrado un hombre, y de la iglesia, además, con la que está cayendo.
Sus consideraciones me parecen razonables, a la par que terroríficas. Pero, ay, no las puedo rechazar sin ponderarlas, aunque repugnen mi conciencia. Compréndalo: me cuesta asumir que mi ser haya podido ser engendrado por un cura. Y, sin embargo, eso explicaría detalles vitales como mi persistente castidad, que no es ya de este mundo.
Pero, no, no puedo aceptar esa posibilidad sin plantar batalla. He pedido ya cita para una resonancia magnética. Si hay hallazgos uterinos como un cuerno en forma de palomita, lo tendré que aceptar y seguir con mi vida. Porque, en fin, ¿qué más da un padre pastor de cabras o de almas?
La verdad me hará libre.
Besa su mano (¿nada más, eh?),

La abatida Leren

Anca Balaj abril 25, 2010  

Jajajaja, pobercita Lenrendi. Pero peor habría sido tener útero con forma de crucifijo ¿no?

¿Sabes una cosa? Tu relatos de la sra. Broca me tren recuerdos de mis distintos invasores/as íntimos y me echo a temblar. Porque no sólo tengo en mi haber recuerdos de ginecólogas cabreadas, mi historial es mucho más amplio y atroz. Pero, no, no, no te voy a inquietar más.

Un beso

Leren abril 25, 2010  

¡Vade retro, aMI! ¡Un útero en forma de crucifijo, qué espanto!
(Vuelvo del baño aferrada a las sales).

aminúscula, me has inquietado, y mucho. No saber es peor que saber, poque la imaginación es poderosa, libre y oscura.

¿Qué pasó? ¿A quién hemos de denunciar en el colegio de ginecólogxs? ¿A quién mandaremos una criatura maléfica para que lx persiga en sus pesadillas?

Un beso preocupado y caring,
Leren

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