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Manifiesta víctima

>> 25 abr 2010

La he visto y -Garzón me perdone- he olvidado qué hago aquí.
Estoy entre amigos, gente humana y comprometida que me cree presente, pero no. Mis pensamientos han girado en su órbita. Estoy, pero con ella.

Nos separan varios metros, pero puedo verla con cierto detalle. Sus  anchos hombros, sus brazos fibrosos no niegan  lo delicado de su belleza, la esbeltez de una figura que me ha atrapado a primera vista. Hay una combinación magnética de fuerza y gracilidad en ella. Camuflada entre la multitud, me permito abandonarme a una contemplación que se va deslizando por segundos hacia la fascinación. No puedo dejar de mirarla. Nada ni nadie más me importa.

Antes de que me prendiera, había estado observado a los que me rodean. A las, para ser exacta. Es imposible no advertir que la concentración de lesbianas va mucho más allá de lo estadísticamente neutro. Reivindicamos aquí la memoria de las víctimas del franquismo, pedimos reparación y justicia. Al fin. Hay algo muy humano, muy conmovedor en esto. Es decente.

Pasan los minutos. Como una más, escucho, aplaudo, coreo. Y entonces se me cuela un sentimiento mixto: siento envidia de estas víctimas. Tienen nombre, personas vivas que los reivindican, que exigen, que los recuerdan y homenajean. Reconocimiento. Y aquí estamos tantas mujeres lesbianas, las que entregamos el corazón y la piel a otra causa humana más -otra causa nuestra más-, y que seguimos por siempre anónimas e invisibles, una legión de solidarias obreras, la sal de la tierra, la entrega callada y resignada. Por cada onza recibida, fanegas entregadas.
Nunca es suficiente.

Me pregunto si alguna vez nos llegará el turno. No es que quiera la categoría de víctima (¿alguien la quiere, de verdad?), sino el reconocimiento de tanto sufrimiento, tanto injusticia, tanto olvido. No hemos estado en campos de concentración, no se ha rapado nuestro pelo, no se nos ha violado, no se nos ha despreciado, ignorado, dominado, negado. Nada, nunca nos ha pasado nada. Nada nos sigue pasando. Somos para todos y, sin embargo, no somos de nadie.
Esto me digo, pensando si algún día futuro alguien nos dará voz, aprecio, reconocimiento: un lugar entre la gente. Si nuestra historia dejará de ser, también, un crimen sostenido de lesa humanidad.

Y ese sueño, esa esperanza, me llena de repente el pecho de calidez, en una inesperada comunión con las víctimas que aquí recordamos, con sus deudos, con nosotras, con la humanidad. Me ha dado un ataque de sororidad y fraternidad, me digo irónica, porque el sueño no dura. Muertas, enterradas, olvidadas. Quién habla de ellas. Quién hablará de nosotras cuando hayamos muerto.

Qué eslabón soy. De qué cadena.

Poco a poco, salgo de mí. Como la buena lesbiana que soy, me entrego de nuevo a mi misión de hoy aquí. Estas también son mis víctimas. Este es mi sitio. Me diluyo y abniego.

Pero la veo y me olvido. Se me impone el presente, la vida, el deseo. Porque no quiero más que mirarla. Con todos mis sentidos, sentirla.
No está sola, pero me da igual. Nos hemos encontrado hoy, en medio de esta energía que nos une y desborda, que nos acerca y eleva. Me seduce su gesto contenido y me pregunto qué emoción es la que está dominando. Quizás, como yo, es nieta de exiliados, o puede que de fusilados o de represaliados. No importa: ahora, aquí, todos somos hermanos, uno.

No lo pienso más. Me alejo de mis amigos y echo a andar hacia ella. Cuando quedan unos pasos me ve y me mira intrigada. Su gesto cambia. Sorpresa, alarma...
Repulsión.
- Vete a la mierda, roja machorra asquerosa.
Ni siquiera ha tenido que gritar para que sus palabras me atraviesen como una lanza. Nadie más la ha oído, porque ha esperado a que llegue a su altura y le tienda la octavilla que hemos hecho en la asociación y que nos ha quedado preciosa, con el lema contra la impunidad de los crímenes del franquismo resaltando en el fondo arcoiris.

Y entonces yo también veo: su ropa, su pulserita... tantas marcas ideológicas que he ignorado y que debían haberme señalado la que era, lo que hace hoy aquí.
Y me avergüenzo de mí misma y de mi mierda de gaydar.

No me despido de mis amigos. Me alejo de allí, dejando mis octavillas sobre la tapa de una sucia papelera.

4 comentarios:

Anca Balaj abril 25, 2010  

Ufff... y otra vez uffff! Es uff a cada cosa que cuentas aquí.

Te mimo con un abrazo.

Leren abril 25, 2010  

Lo siento, se me ha escapado esta entrada.

Me quedo con el calor de ese abrazo, aminúscula :)

Leren

Anónimo,  abril 25, 2010  

Ganas me dan de ir en tu busca eh! porque vamos a este paso de lectura las tilas me las voy a tener que tomar yo jajajaja.
Leren, la próxima vez no te ciegues mirando, y fija bien el ojo en el objeto, que no mujer, a mirar.
Un beso, natural y fresco, sin rodeos.
Eva

Leren abril 25, 2010  

Eva, sin rodeos, qué beso más hermoso.
Gracias,
Leren

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