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Prohibido enamorarse en la adolescencia, o de los riesgos del amor total

>> 5 jun 2010

Hace años amé.

Enamorarse en la adolescencia es peligroso. Dos adolescentes lesbianas que se enamoran lo hacen con una intensidad tal que arrasa con su cordura. La pasión se rebela, asume riesgos, desafía prohibiciones. Pero, ¿y qué importa eso cuando se tiene el mundo?

Yo me enamoré. Ella se enamoró. Qué terrible mala suerte.
Enamorarse en la adolescencia es fatal. El amor correspondido toma el corazón joven y escribe en cada una de sus fibras “yo, el amor, soy así, y solo así”. Y el corazón latirá feliz y loco, creyendo intuir el secreto de la vida. Porque ama y es amado. Pobre.
Pero lo inconcebible sucede. El tiempo pasa al amor total: lo transmuta, lo diluye, lo acaba. A pesar de eso, el corazón queda atado por sus propias fibras, que le recuerdan que el amor, el amor verdadero, es así y solo así.
La amante seguirá intoxicada por la pasión. Se dejó clavar sus garras en el pecho y es llevada por los aires, sobrevolando tierras, personas, mujeres. Ve el mundo desde lejos y se abandona. No volverá a sentir por otra. En un corazón, se dice, solo cabe un amor total.
Ninguna otra agua apagará su sed.
Sea.

Pero no será.
La amante total vive; trabaja duro y se llena con cerveza, televisión y alguna lectura. A veces folla, con placer pero sin entrega. Escucha hablar a otras mujeres de amor y se siente por encima. No hablan de amor total. Y las conversaciones sobre el sexo le aburren, cuando no le molestan.
No siente que lo haya perdido todo. La vida ha llegado a ser agradable.
Una noche, en uno de los baretos de mujeres que frecuenta, se le acerca una morena algo mayor que ella. Es atractiva, aunque su cara delata lo mucho y malo vivido. Beben y hablan hasta el cierre del bar. La amante se extraña de cuánto vodka puede llegar a tomar sin perderse. Ya fuera, la morena le da un teléfono. “Llama cuando estés lista”, le dice, “Yo no sé si estaré, no siempre puedo”. Sus labios le sonríen, pero sus ojos son tan negros... Le devuelve el ligero beso y tiembla. “A casa”, se dice, “que hace mucho frío para andar de juerga”.

Un año después encuentra el teléfono en la chupa de cuero. Los cambios de estación y de ropa siempre le traen sorpresas. Como a veces toma las casualidades por mensajes, decide llamar. Le responde una voz dulce, que le dice que ha tenido suerte: en dos semanas habrá un encuentro. Apunta lugar, fecha y hora, divertida e intrigada.
Llega el día. No sabe mucho de ellas. La morena le dijo que era un club privado, solo para mujeres solitarias. No quiso decirle más. Ahora le cuentan que se reúnen en los solsticios, en una casa en lo alto de una montaña. En coche tardarán unas tres horas. Luego hay que andar casi una hora más desde la carretera.
Son unas quince mujeres, que caminan en absoluto silencio en la oscuridad. A la amante le asustan los sonidos del campo, que no reconoce. No se atreve a preguntar nada, aunque le calmaría una voz humana que tapara el sonido del viento, el crujir de las ramas secas, el ulular de los búhos, o de los mochuelos, o de lo que quiera que sea que las va siguiendo cuesta arriba. Se obliga a dominarse. Se ríe de sus debilidades de urbanita y se recuerda que le han prometido un encuentro especial. Tiene curiosidad. Y ya han llegado.

Se había dicho que estaría abierta en el encuentro, así que no pone trabas cuando la dueña de la casa, una anciana alemana que las recibe en la puerta, le pide que se desvista y se ponga una túnica blanca. Aunque teme que la cita derive en un rito espiritualoide, sigue empeñada en no cerrarse, así que deja su ropa secular y se cubre con la sobria prenda. El efecto es inmediato; ya se siente serena.
La mujer la conduce con las otras a una sala iluminada por gruesos cirios. Sus compañeras visten túnicas naranjas y rojas. Solo una viste una túnica carmesí. Es Greta, la anciana.

Suena una percusión grave, lenta. Cada mujer se dirige a un pequeño altar. Ella espera sin saber qué hacer. No está segura de si ha sido una buena idea venir, pero entonces Greta la toma de la mano y la lleva hacia una esquina. Señala el altar vacío. “Este será el tuyo”, le dice, “si pasas la prueba”. Antes de que pueda preguntarle, una mujer de túnica roja la conduce con las demás al círculo. Le sonríe y eso la tranquiliza de nuevo.
Están tomadas de las manos. Una mujer de naranja se sienta en el centro y empieza a hablar. Cuenta la historia de su amor, con pasión, con detalles. Todas parecen conocer cada palabra. Termina su letanía y muestra un amuleto extraño, que pasa de mano en mano. Cuando vuelve a ella, se yergue, se dirige a su altar y canturrea un mantra. El amuleto se une a las otras ofrendas. La mujer ha renovado su voto.
Una a una, de naranja a rojo, se cumple el rito. El color de la túnica parece señalar la duración y pasión del amor mantenido. Al fin, solo queda Greta. Ocupa el lugar. Cesa la percusión. Durante una hora las contempla en silencio. Las demás mujeres la miran y lloran. La mujer a la izquierda de la amante le aprieta demasiado fuerte la mano, pero no se atreve a romper ese momento de comunión.
El amor total de Greta debe de estar más allá de las palabras. Solo la amante no la oye.

La anciana se levanta y vuelve a su sitio. Desde allí, con un gesto suave le pide que se siente en el centro. Cuando la amante se ha sentado y está totalmente inmóvil, vuelve a sonar la percusión, más rápida. Tiene la boca seca. No quiere estar ahí.
“Habla”. No advierte quién da la orden. No se resiste y empieza a soltar palabras. No tiene que pensarlas. Lleva años diciéndose su amor total con las mismas palabras absolutas. Se las conoce de memoria. Y si no las recordara, no importaría: son las mismas que han ido diciendo las mujeres de naranja y de rojo. Todos los amores únicos, todos los amores totales. Todas las mismas palabras. Todas iguales.
Cuando termina de recitar su amor total siente alivio, pena o quizás vacío. Pero no le da tiempo a entender sus emociones, porque ya una de las mujeres de rojo le anuda la muñeca derecha con un lazo naranja, mientras Greta le hace una señal en la frente, al tiempo que todas dicen “Bienvenida, amante Lerendi”. Ha pasado la prueba.

Se rompe el círculo. Las mujeres salen de la sala y vuelven con ligeros futones para cubrir el suelo de madera. Ahora la música es penetrante y embriagadora.
Unas a otras, se van desnudando, tomando las túnicas para cubrir sus altares. Solo Greta y la amante permanecen cubiertas. Todas las miran. Greta se coloca junto a su altar, el mayor, y la amante es conducida a ella. La anciana toma sus manos y hace que coja su túnica carmesí, mientras empieza a despojarla de la leve tela blanca. La amante comprende que debe hacer lo mismo con Greta, pero no puede. El deseo de las mujeres está sobre ellas, la música la marea y esas manos ajadas y ese cuerpo viejo le producen repulsión. La aparta de sí con violencia y sale corriendo. Encuentra su ropa y la salida.
Por el camino, por el que corre aunque sabe que nadie la seguirá, va disfrutando del sonido del viento, del ulular de los búhos, del crujido de las ramas, del contacto de sus vaqueros y del peso de sus botas de trekking. Y sobre todo disfruta del grito de “¡hijaputa!”, que con un arrabalero acento alemán la sigue hasta la puerta y más allá, y que la saca del trance y la deja acá, curada de penas, espanto y amores totales.

Hace años amé, pero ya se me pasó.

15 comentarios:

Rosa,  junio 05, 2010  

Hace años soñé que amaba, hace años me desesperaba, hace años no soñé en amar como ahora amo... ¿será verdad el amor?
A mis 4 y tantos solo hace tres meses y medio que descubrí el verdadero amor, el incondicional, el que se mete en tu alma y no te abandonará jamás, no sabía lo que era el amor hasta hace poco tiempo...

Leren junio 06, 2010  

No sé yo, Rosa, si hablamos del mismo tipo de amor ;)
¡Enhorabuena por esa pasión!

Leren

Anca Balaj junio 06, 2010  

Brrrr... me has espeluznado. casi que prefiero hablar de la ginecóloga esa que me da menos horror que los rituales, de la clase que sean.

Leren junio 06, 2010  

¿Que casi prefieres hablar de la Dra. Broca, aminúscula, por todos los diablos? ¿De la infausta Dra. Broca? Ea, sin problema, si te van los peligros púbicos te paso el teléfono de su consulta y charláis vosotras directamente ;)
Yo casi que prefiero a las sectarias. Al menos de allí salí corriendo, no cojeando. Pero sí, fue espeluznante. Desde entonces pongo mucho cuidado cuando me hablan de casitas en montañas.

Anca Balaj junio 06, 2010  

Jajajajajajajajajajajajajaja!

Anónimo,  junio 06, 2010  

Menuda entradita, entre lo Hitchcock y lo Stepheng King( siempre el primero, desde luego)
Lo que da el amor para hablar y decir, imaginar, soñar,desear...
¿sólo en la adolescencia? ¿ es un tema hormonal?
En cualquier caso, a cualquier edad, en cualquier momento... me quedo con ese amor , que no me haga salir corriendo....
Un beso, silencioso.
Eva

Elba junio 06, 2010  

Fantástica como siempre, Leren. Un abrazo.

Leren junio 06, 2010  

@aminúscula ;)


@Eva, no sé si es hormonal o simplemente que los cerebros y los corazones adolescentes están aún tan inmaculados, que cualquier roce les deja huella indeleble.
Amor, amor... hablo de amor para disimular. Realmente solo me interesa el sexo, pero no quiero que se note demasiado.
Un beso ;)


@Laura, gracias, de corazón.
Un abrazo :)

Plekito junio 07, 2010  

Pues siempre dije que habia encontrado el amor... hasta que arriesgue todo y entonces si, me di cuenta que estaba enamorada... pero que la otra persona no... en sus ojos lo vi la ultima vez y fue lo que mas me destruyo...
Hace dias soñe justamente con ella, que nos tomabamos de la mano y estabamos sentadas en la sala de mi casa... cuando desperte me di cuenta de que era un sueño bastante alejado de la realidad...
Actualmente, me es dificil decir un simple "TQ" a la gente... es algo que siento que muy dentro de mi corazon ya no existe y que se ha marchado... no se si para siempre... pero tampoco se si regresara algun dia tal cosa...
En fin... me ha gustado tu relato del dia de hoy...y ps si, es mejor prohibir enamorarse...

Anónimo,  junio 07, 2010  

Pues como casi al resto de los mortales, interesados en sexo pero hablando de amor, hay quien disimula más o menos, un@s quieren no se note y otr@s les da lo mismo.
Leyendo una cosa hoy, me llevó a otra, y bueno como frase me parece genial.
"Ah, un beso largo como mi destierro, dulce como mi venganza"
(Coriolano, Shahespeare)

Eva, un saludo.

Leren junio 07, 2010  

El amor tiene la malísima costumbre de volver, Plekito. Pero la culpa es del corazón, que tiene también la peligrosa costumbre de recuperarse de toda pérdida :)

Leren junio 07, 2010  

No sé, Eva, creo que las lesbianas tenemos cruzados los cables y confundimos sexo y amor. A lo mejor tengo que dejar de pedir sexo salvaje e implorar pasión y versos, a ver si por fin me como... un beso :)

Anónimo,  junio 12, 2010  

Pues como ha dicho una de mis sobrinas, el error está en querer sacarse de la cabeza lo que no podemos sacarnos del corazón. El amor siempre vuelve, y a veces ni siquiera se va. Yo me pregunto si no acabamos llamando amor a la cantidad de decisiones y, a veces, tonterías que hacemos por amor. El amor solo es la parte bonita del principio, lo demás es la vida, que a veces se pone de punta. Un conocido mío, filósofo insigne de Arroyomolino de León, lo resumía en una bonita y lúcida formulación cuando suspiraba sobre la barra del bar que regentaba y se lamentaba diciendo "qué bonito es el amor, pero qué hijo la gran puta".

Leren junio 12, 2010  

Anónimo, si alguien me llega a preguntar en la adolescencia qué es el amor, se lo habría definido tajantemente a la medida de mi sentimiento, que era -visto desde mis mesuradas y castas arrugas- básicamente, una pasión obsesiva.
Preguntada a mis treinta años, habría tirado del DRAE en su segunda acepción para definirlo: "Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear". Me creía, qué ingenua, más sabia que en la adolescencia, pero esa definición era un puntito lírico de los académicos y un puro desiderátum mío.
A estas cuarentonas alturas (o bajuras) no tengo ovarios de definir el amor, ni de decirme si lo siento o he sentido (lo que hayan sentido ellas ni de reojo se me ocurre pensarlo).
Creo que das en la diana: son esas decisiones, esas tonterías, eso que 'hacemos por', y que nos mantiene locos y entretenidos, cómplices de nuestro propio desvarío. Qué cordura la tuya. Y qué perlón de sabiduría la de tu filósofo.
El amor, qué puta aporía, dear anónimo.

Leren junio 12, 2010  

Anónimo, mis disculpas: flipadilla con tanta cordura ajena, me dejaba atrás a su sobrina, otro portento hacedor de perlas de sabiduría. Preséntele mis respetos, por favor, y dígale que para casos difíciles de corazones rotos o mal remendados, el vodka caramelizado en compañía hace la vida más suave. Y sin resaca :)
Suya,
Leren

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