Con la tecnología de Blogger.
© Lerendi Mendi. Todos los derechos reservados.

Lo he pagado

>> 13 oct 2009

Es ya demasiado tiempo. Mi cuerpo nota como crece la tensión día a día. No puedo más. Alguien me tiene que meter mano o me va a dar algo.
Sí, he recurrido a una profesional. No conocía a nadie que quisiera hacerlo gratis (no admitía más espera) y tampoco se trataba de salir a la calle a gritos. No me gusta llamar la atención ni dar pena.

El servicio es en su casa. Abre la puerta y me da un beso. Me pilla de sorpresa; no estaba preparada. Me gusta que no me llame clienta o usuaria, sino cariño. Sé que es mentira, pero se paga por esta ficción. No es demasiado joven, pero tiene cierto atractivo. Habla suave. El pequeño apartamento tiene un agradable aspecto hippie y está limpio, lo que me tranquiliza. Huele extraño (¿será almizcle?) y está demasiado oscuro, pero me parece lógico como forma de entrar en la atmósfera rápido. Me dice que la siga y empieza a subir la escalera de caracol. Algo nerviosa, le pregunto si puedo pasar al baño para lavarme un poco. Si me va a tocar, quiero sentirme fresca y cómoda, y no lo estoy ahora, tras llegar aquí corriendo y agitada (vive lejos, en el extrarradio, y yo, en fin, estoy nerviosa).
Subo lenta la escalera. No sé si he hecho bien. Ya es tarde para echarse atrás, así que me digo que no pasa nada y entro en la habitación con aspecto de soltura. Supongo que no engaño a nadie.
Desnúdate. Tiéndete. Obedezco. Sus palabras me dejan sin palabras. Me dejo hacer. Hacía tanto tiempo... Son ya siete años sin que unas manos recorran mi cuerpo.
A pesar de mi pudor, no puedo evitar algún tenue gemido de placer. Noto la sonrisa en su voz (te gusta, ¿no?) y tengo que asentir. Me voy relajando. Su voz es ahora más grave, más lenta, más susurrante: íntima. Voy a estar contigo el tiempo que haga falta. No espero a nadie más hoy. Tú eres lo importante ahora. Y empiezo a creérmelo, a dejarme llevar. El tiempo pasa, la cabeza me da vueltas. Al final, me deja, ya laxa, descansando, mientras ella sale, enérgica y fresca como una rosa (mosqueta). Avísame cuando estés lista, me dice, y ahora no sé si puedo quedarme 2 minutos o media hora tumbada. Al fin y al cabo, son solo 50 euros por dos horas; es poco, por más que me asegura que le encanta su trabajo.
Me levanto aún algo mareada. Me duelen las articulaciones. Quizás haya sido demasiado intenso o quizás sea el incienso berrendo en sándalo (ya he identificado el olor: es como el de la tetería de mi barrio). Me ofrece agua y la acepto, algo avergonzada de mi debilidad. Ahora ya estoy deseando irme. No quiero que me vea tambaleándome por el pasillo hacia el ascensor, pero ella se asoma y sonriente, me dice (ya no susurra, caramba): a lo mejor te he dado demasiado fuerte en las cervicales. Y ya, decididamente, grita: cuídate esa contractura, vuelve pronto. Se las ha arreglado para colarme un par de tarjetas de visita: Esmeralda Danzón, quiromasajista holística. Aromaterapia y Flores de Bach. Tratamiento integral del niño interior con oligoelementos.
Me voy hecha polvo, pero ha conseguido que no me apetezca que me pongan la mano encima en algún tiempo. Impagable.

Mañana iré a mi ambulatorio. Me apetece hacer una larga espera para que me atiendan en dos minutos; ver pensionistas, niños mocosos y recetas de curso legal. Quiero que me traten por partes y que pasen de mí. Quiero un titulado universitario que se descojone del juramento hipocrático. Quiero un servicio público en el que me digan 'ein?' si reclamo una atención integral. Y quiero myolastán, ya.
No me vuelvo a poner alternativa. Por mis niños.

2 comentarios:

Anónimo,  octubre 15, 2009  

Quizás deberías volver... Puede que así tu castidad pase a tus bolsillos.

Jari

Leren octubre 15, 2009  

Me aterra volver.

Publicar un comentario

  © Blogger template Simple n' Sweet by Ourblogtemplates.com 2009

Back to TOP